Cada año, en la Unión Europea, uno de cada cinco alimentos producidos acaba en la basura. Se calcula que el 20 % del total de alimentos termina desperdiciándose en alguna etapa de la cadena alimentaria. Mientras tanto, millones de personas padecen inseguridad alimentaria, y los suelos, los ecosistemas y el clima pagan un precio altísimo. El desperdicio alimentario no es solo una cuestión ética, sino un problema estructural con graves consecuencias ambientales, económicas y sociales.
Frente a esta realidad, la transformación de nuestro sistema alimentario se convierte en una prioridad urgente. Y aunque las decisiones macro —como la legislación europea o las estrategias nacionales— tienen un papel imprescindible, el cambio empieza mucho más cerca de lo que creemos: en nuestras ciudades, nuestros barrios, nuestros comedores escolares. En definitiva, en nuestros municipios.
El desperdicio alimentario: una crisis silenciosa
Cuando pensamos en los grandes retos de la sostenibilidad, solemos hablar de energía, transporte o residuos. Pero el desperdicio alimentario es una de las formas más invisibles y, a la vez, más evitables de degradación ambiental. Supone una pérdida inmensa de recursos: tierra, agua, energía, trabajo y biodiversidad. Y contribuye significativamente a las emisiones de gases de efecto invernadero.
Además, tiene un impacto directo en el sistema de gestión de residuos, genera costes innecesarios para los municipios y agudiza las desigualdades sociales. El simple hecho de tirar alimentos perfectamente comestibles en un mundo donde millones no pueden cubrir sus necesidades básicas es una contradicción que exige acción inmediata.
La respuesta europea trae avances pero, ¿son suficientes?
A nivel europeo, la lucha contra el desperdicio de alimentos ha empezado a ganar visibilidad en los últimos años. La estrategia De la Granja a la Mesa (Farm to Fork) marca una hoja de ruta clara hacia un sistema alimentario más justo y sostenible. Incluye, entre otros objetivos, la reducción del 50 % del desperdicio alimentario en los sectores de consumo y comercio minorista para 2030.
Sin embargo, este objetivo aún no es legalmente vinculante. Y la Directiva Marco sobre Residuos se limita a recogerlo de forma orientativa. La urgencia es evidente, pero la ambición normativa todavía no está a la altura.
Y aquí es donde el nivel local puede marcar la diferencia.
Los municipios como motores de cambio
Las ciudades y pueblos tienen un papel clave en la construcción de sistemas alimentarios sostenibles y circulares. Son el nivel de gobernanza más cercano a la ciudadanía, gestionan infraestructuras críticas (mercados, comedores públicos, sistemas de residuos) y pueden actuar de forma directa e inmediata. Además, tienen una capacidad única de conexión entre actores del territorio: productores, consumidores, empresas, centros educativos, organizaciones sociales…
Reducir el desperdicio alimentario desde los municipios no solo es posible: es estratégico.
Cinco claves para actuar desde lo local
Desde mODS promovemos una visión integral que impulse a los municipios a liderar esta transformación. Basándonos en propuestas como las de Slow Food y Zero Waste Europe, estas son cinco líneas de acción imprescindibles:
Planificar y elaborar estrategias alimentarias sostenibles
Todo cambio empieza con un buen plan. Es necesario que los municipios integren la prevención del desperdicio alimentario en sus estrategias alimentarias locales, dentro de una visión más amplia hacia sistemas sostenibles, justos y resilientes.
Esto implica:
- Diagnosticar la situación local: ¿dónde se produce más desperdicio? ¿En qué etapas? ¿Quiénes son los actores clave?
- Establecer objetivos claros y medibles.
- Implicar a todas las áreas municipales (medio ambiente, salud, educación, compras públicas).
- Crear espacios de gobernanza participativa para integrar la voz de la ciudadanía y los agentes locales.
Una buena estrategia no es solo un documento: es una hoja de ruta compartida.
Estimular la producción y distribución local sin desperdicio
Mucho del desperdicio comienza en el origen: en la producción primaria. En este punto, los municipios pueden:
- Apoyar la agricultura periurbana y los circuitos cortos de comercialización.
- Fomentar iniciativas de agricultura apoyada por la comunidad, donde el riesgo y el beneficio se comparten entre productores y consumidores.
- Impulsar redes de recuperación de excedentes agrícolas que conecten a productores con bancos de alimentos o iniciativas sociales.
- Promover políticas de suelo que favorezcan el acceso a tierras para proyectos agroecológicos o regenerativos.
Reducir el desperdicio en el campo también fortalece la soberanía alimentaria de los territorios.
Crear entornos que favorezcan la prevención del desperdicio
Desde los comedores escolares hasta los mercados municipales, los municipios tienen en sus manos una gran cantidad de herramientas para reducir el desperdicio alimentario en la práctica:
- Incluir cláusulas de prevención del desperdicio en los pliegos de contratación de servicios de alimentación.
- Promover plataformas de redistribución de alimentos (como apps locales o bancos de comida).
- Facilitar la donación segura de excedentes desde comercios, restaurantes o supermercados.
- Acompañar a las pequeñas empresas del sector alimentario en la mejora de sus prácticas de gestión de stocks, etiquetado o conservación.
Crear un ecosistema municipal que facilite la prevención es más eficaz que exigirlo individualmente.
Educar, sensibilizar y cambiar hábitos
La cultura del derroche alimentario está tan normalizada que muchas veces ni la vemos. Por eso, la educación y la sensibilización son fundamentales:
- Diseñar campañas de comunicación municipal con datos impactantes y consejos prácticos.
- Incluir contenidos sobre desperdicio alimentario en los programas escolares.
- Organizar talleres comunitarios de cocina de aprovechamiento, compostaje doméstico o conservación de alimentos.
- Visibilizar buenas prácticas a través de premios, sellos o reconocimientos a establecimientos que lideren la prevención.
Cambiar el relato es tan importante como cambiar las normas.
Gestionar los residuos de forma circular
Aunque la prioridad debe ser siempre evitar el desperdicio, también es esencial gestionar de forma responsable lo que no puede evitarse:
- Implantar sistemas de recogida selectiva de biorresiduos, tanto en hogares como en grandes generadores (restaurantes, colegios…).
- Apostar por el compostaje descentralizado y comunitario como alternativa sostenible.
- Valorar el uso de tecnologías como la digestión anaerobia para generar biogás a partir de residuos orgánicos.
Un sistema alimentario sostenible también se mide por cómo trata sus restos.
El papel de mODS: repensar la relación con la comida
En mODS trabajamos para que los municipios puedan liderar la transición hacia sistemas alimentarios sostenibles. Nuestro acompañamiento incluye:
- Formación a equipos técnicos y políticos en economía circular y políticas alimentarias.
- Asesoramiento en la elaboración de planes municipales de prevención del desperdicio alimentario.
- Acceso a herramientas, indicadores e inspiración internacional.
- Apoyo en la búsqueda de financiación para proyectos concretos.
El desperdicio alimentario es una consecuencia directa de un sistema desconectado, ineficiente y desigual. Pero también es una oportunidad. Una puerta de entrada para transformar nuestra forma de producir, distribuir, consumir y relacionarnos con los alimentos.
Y en ese cambio, los municipios no son espectadores: son protagonistas.
Porque creemos que cada territorio, desde su singularidad, puede contribuir a reducir el desperdicio alimentario y a construir un futuro más justo.